La historia de mi abuelito

La historia de mi abuelito

Querido lector: Esta historia la escribí hace muchos años en mis primeros semestres de Universidad estudiando Periodismo. El documento estuvo perdido mucho tiempo y cuando mi abuelito murió, en el 2020, mi familia me preguntaba por aquél papel donde estaba esa linda historia que había escrito para él. Hace poco mi papa la encontró, y quiero dejarla plasmada aquí para que quede para la eternidad así como mi abuelito.

No tiene nada que ver con los temas de crianza, mentalidad y positivismo por los que ustedes me siguen y leen; o tal vez tenga todo que ver, porque por mi abuelito nació HAPPY CAMI. 

Este artículo es un homenaje para él, por su legado de valores y tanto amor que nos dejó a toda la familia, y porque por un simple hecho de regalarme unos sticker de caritas felices cuando tenia 10 años, ahora tengo una marca internacional que me apasiona y un vehículo para ayudar a muchas personas... para transformar generaciones. Gracias abuelito!

Muy afortunada de haber tenido la oportunidad de despedirme de él, le hice una carta pequeña y se la leí. Bendecida de compartir tanto años con él, de ser su nieta y que pudo también conocer a mi hija Alicia. 

Esta es su historia: 

 

UNA SENSACIÓN ESPIRITUAL DE PAZ

Si se quiere, cualquier día puede ser igual a otro, la rutina y la monotonía son armas que dificultan mirar, sentir, oler y aprender de lo que está más allá. Pero sólo cuando se mira con fe, las cosas cambian de significado, la calle por la que se camina deja de serlo para convertirse en una nube que envuelve tranquilidad, y al mirar al lado las personas que están desaparecen para ser reemplazadas por ángeles.

Con estos ojos mira mi abuelito Hernán, y aunque ya pasaron ocho años todavía recuerda el suceso que le marcó su vida y fortaleció su fe. Un día después de que Álvaro Uribe Vélez fuera elegido presidente, mi abuelito salió de su casa y cogió el bus que lo llevaba directo a la Plaza Minorista, en la cual desde que llegó a Medellín fue su lugar de trabajo por casi 20 años, pero que ya en esta época lo había dejado y a veces sólo la frecuentaba para saludar a conocidos y comprar la carne.

La ruta del bus se la conocía casi que de memoria, por eso cuando éste se desvió sabía que debía bajarse antes y caminar un poco más para llegar a la plaza. Justo cuando estaban en la Avenida Ferrocarril le dijo al chofer que frenara y le sorprendió la respuesta del señor: “mucho cuidado mijo que no lo vaya a coger un carro”.

Se bajó para caminar hacia la Avenida Colombia, y a la vez que pone un pie en la acera, siente un viento, un vacío, algo que no hacía parte de este mundo. Él sabía que no estaba enfermo y que unos segundos antes se encontraba en perfectas condiciones, pero se preguntaba entonces por qué después de bajarse del bus no podía modular. “Me daba cuenta de todo lo que pasaba, pero no podía hablar, estaba en otra dimensión”, cuenta mi abuelito.

Mientras me relataba la historia de vez en cuando me miraba a mí, hablaba pausado, tragaba saliva, intentaba hablar pero no podía, parecía que otra vez estuviera en otra dimensión. Sus manos no paraban de moverse como tratando

de explicar algo indescriptible, de un momento a otro dio un brinco desde la cama donde estaba sentado y para hacerse entender mejor comenzó a caminar por el cuarto recordando lo que vivió ese día.

“Después de caminar por neblina y ver ángeles a mi alrededor, llegue a la esquina para cruzar la avenida”, dice Hernán quien en ese momento empezó a señalarme lo que para mi sólo eran los objetos del cuarto; pero para él la calle, la esquina y la acera de esta escena de su vida.

Preparado para pasar la avenida, vio a un señor a lo lejos que lo observaba, estaba en el intermedio de las dos calles y por algún motivo su contextura gruesa y piel trigueña le dieron una sensación de tranquilidad. Su cabeza no le permitía ver los carros que venían desde la izquierda, “mi cuello estaba bloqueado”, asegura. Sólo podía mirar para el frente donde se encontraba el señor que lo miraba con un vestido entero de color café claro. Cuando decidió pasar la calle, un bus que venía lo golpeó con el bomper.

En este momento hizo una pausa más larga de lo habitual, se acomodó de nuevo en la cama, se volteó sin que pudiera mirarlo, pasaron unos minutos, se limpió las lágrimas y me dijo: “no me caí al suelo, nada me dolía, sólo flotaba, yo sentía que volaba, era como si estuviera nadando en el aire. Los pasos eran saltos, la nubosidad no le permitía ubicarse en qué parte de la calle estaba o si ya se encontraba en la acera, no pensaba, no veía, sólo sentía una extraña paz espiritual.

Los saltos fueron disminuyendo para convertirse en pasos, la gente miraba asombrada, pero nadie se acercó a preguntarle algo. El bus que lo empujó estaba todavía quieto y las personas que se encontraban allí intentaban mirar a lo lejos el desenlace de los hechos.

Totalmente abrumado por lo ocurrido pero sin la consciencia de pensar en el milagro, mecánicamente continuó su camino y se dirigió de nuevo a la esquina para cruzar la avenida. Al llegar el señor vestido de color café claro lo observaba fijamente en el mismo punto donde lo vio por primera vez.

Se quedó mirándolo un instante, volteó la cabeza hacia el lado derecho para ver los carros que venían y cuando quiso hacer lo mismo hacia el lado izquierdo, el

señor ya se encontraba a su lado y le dijo: “espera, no vayas a pasar todavía”. Unos minutos después le indicó: “ahora sí, pasemos”, lo cogió del brazo y cruzaron juntos la avenida. Caminaron un rato, no sabe cuánto ni por dónde, pero cuando menos pensó, mi abuelito miró a su lado y el señor había desaparecido.

Casi por instinto hizo las compras que tenía planeadas, pero sólo dos horas después que llegó a su casa, se descargó en llanto con su esposa. Mi abuelita lo escuchaba y trataba de calmarlo, él no sabía explicarle lo ocurrido, sólo insistía en que había sido protagonista de un milagro de Dios.

Es por este milagro que yo le respondo a mi abuelito a su primer interrogante cuando nos sentamos en su cama matrimonial minutos antes de que comenzara a relatarme su historia: ¿será que vale la pena seguirle dando vueltas a este asunto?, claro que vale la pena; vale la pena porque eres mi abuelito, vale la pena porque es un testimonio de vida, de fe, de amor y vale la pena porque te quiero mucho.

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